Es una constante inveterada –y, visto lo visto, sin redención posible- en la humanidad esto de predecir el fin de los tiempos con cada cambio, no ya de milenio, lo que nos daría una larga tregua, si no de siglo: ¡cada cien años la misma historia! Por si esto fuera poco, ahora van y se sacan de la manga (¿Quién y por qué? Ese es el enigma) que, como la cosa no funcionó en el 2000, este glorioso año de 2012 verá por fin el ocaso de nuestro mundo.
¿Excusa? Pues ninguna en especial, ni siquiera el socorrido cambio de milenio, de siglo… ¡ni de año nos van a dejar cambiar! Porque esta vez nos vaticinan hasta el día, con una precisión que ya quisiera Nostradamus, y la hecatombe tendrá lugar el día 21, mira tú, quedas formalmente invitado.
Ya, ya, vale: sí tienen una rebuscada excusa… lo del día es por el solsticio de invierno, fecha emblemática donde las haya y que nadie deja pasar sin indiferencia un solo año; el año, por uno de los diversos calendarios mayas, enigmática civilización famosa por la exactitud de sus vaticinios, de todos conocidos… exceptuando a los mayas. La realidad es que el llamado Apocalipsis es un concepto occidental que no tiene nada que ver con las creencias mayas.
La última vez que se acabó el mundo, en el año 1999, se pronosticaron toda clase de catástrofes, como si de repente el hecho de que hubiera pasado un año más nos hubiera llevado derechitos de vuelta a la EdadMedia.
Y eso que esta cuenta del tiempo nuestra es algo totalmente ficticio, arbitrario (tanto como la de los mayas, por otra parte). El calendario que seguimos es el punto de referencia de tan solo 2,2 de los seis billones de individuos del planeta.
La relatividad de nuestros calendarios se pone de manifiesto desde el momento en que tenemos en cuenta los numerosos cambios llevados a cabo en el transcurso de los siglos para conciliar los ciclos de la luna con las rotaciones de la tierra alrededor del sol, elementos reguladores de los días, meses y años que nos rigen. Astrónomos, reyes y hasta Papas han dejado su huella en el calendario al que tanta importancia parecen dar los augures de nuestra era a la hora de fijarle fecha al fin del planeta. O sólo de nuestros días, no se sabe muy bien.
Porque la tontería de turno del inminente fin del mundo a finales de este mismo año no está muy perfilada. Se esmeraron en la fecha y decidieron que el resto era mejor dejarlo a la imaginación del consumidor. Y rápidamente ha surgido una pléyade de profetas de esta verdad revelada.
Y, ¿cómo va a ser la cosa? Bueno, eso no lo tienen muy claro ni siquiera los oráculos del Armagedón. Puede que sea una aniquilación metafórica que tan sólo conlleve un cambio “espiritual” o de conciencia a nivel mundial. Algo así como una versión remasterizada de la era de Acuario: en lugar de margaritas adornando melenas y barbas, tendremos una preciosa invasión de ondas floreadas, flores en cada nudo de la red; de nuevo entonaremos el “peace, peace”, que será el superventas de los tonos de móvil, y nos querremos unos a otros con auténtico espíritu navideño durante todo el año. Qué bonito.
Otra versión menos… estilo Disney, digamos, y un poco más Spielberg, vaticina el choque de nuestro azul planeta con otro aún no descubierto por los astrónomos pero sí por el escritor Zecharia Sitchin (1920-2010); la existencia de este planeta, no es cuestionable. Lo que pasa es que ha sido tan vilmente ocultada a la opinión pública como los numerosos contactos con seres de otras galaxias que no hacen más que venir a abducir a los pobres agricultores de Cincinnati, por poner un ejemplo.
En fin, que si el mundo se acaba será de risa. O de aburrimiento. O de estupidez. Vamos, que no será por falta de motivos…
Mientras tanto, intenta cuidarte para no perderte el espectáculo. Por ejemplo, mantén tu aire limpio para apreciar mejor cómo se va envenenado llegado el momento… Para eso vas a necesitar un buen purificador de aire, claro… Igual hasta te salvas. ¡Suerte!